Es como si muchos dominicanos estuvieran empecinados en obviar nuestra historia. Hace 80 años el congreso dominicano declaró el Estado de excepción en nuestro país, otorgando al presidente constitucional la facultad de gobernar por decretos, sin necesidad de enviar al congreso los anteproyectos de leyes ni darle participación alguna en las decisiones presidenciales. Ese poder ilimitado, que el congreso otorgó a Rafael Leonídas Trujillo, nunca más fue abandonado por El Jefe. Por los próximos 30 años, Trujillo haría todo lo que a él se le antojara, con apoyo del congreso y con la complicidad de gran parte de la sociedad dominicana.
En aquel entonces la razón que tuvo el congreso nacional para declarar el Estado de excepción fue la hecatombe provocada por el paso del ciclón San Zenón. Sólo con la muerte de Trujillo, a manos de varios de sus colaboradores y discípulos, se puso fin a aquel Estado de excepción.
Eran tiempos duros, salvajes, República Dominicana era un terreno baldío lleno de casuchas y bohíos. La vida del presidente valía poca cosa, se sabía que los hombres de entonces no toleraban malos gobiernos y sencillamente asesinaban presidentes casi antojadizamente. Trujillo se impuso por la fuerza, sin soltar jamás el poder que el congreso le dio.
Muchos de los llamados antitrujillistas fueron fieles colaboradores del régimen, amigos cercanos del jefe. Precisamente por eso, son ellos los que hacen tanto ruido con las perversidades de la Era de Trujillo, y luchan afanosamente para que el pueblo no conozca la verdad de todo y viva sin darse cuenta de cuantas de esas familias poderosas de nuestra nación obtuvieron su fortuna por ser testaferros del Jefe o por haberse adueñado de grandes extensiones de tierra y de industrias que eran controladas por la familia Trujillo. Lamentablemente nuestro pueblo sigue sumido en la ignorancia.
Hoy, sin que ocurra catástrofe alguna, los congresistas desconocen que su función principal es la de servir de contrapeso y equilibrio a los otros dos poderes del Estado. Se bajan los pantalones, tubos de vaselina en mano, y se preparan para dar inicio a la repetición de la historia, diciendo al presidente, ¡Hacemos lo que usted diga! Mientras se inclinan de espaldas, poniendo en juego sus hombrías, sus funciones de congresistas y la soberanía del pueblo.
Y el pueblo, precisamente el pueblo, sigue sumido en la ignorancia.
¿Hasta cuándo seguiremos repitiendo la historia?. Es una pregunta sin respuesta.
Cuando los amigos de Trujillo percibieron que los díias del jefe estaban contados, decidieron traicionarlo. Lo hicieron pues buscaban que la sociedad les perdonase la complicidad en la autoría de los muchos crímenes ocurridos en aquella era. Tuvieron temor a ser enviados a la cárcel o quizás morir a manos del pueblo, una vez Trujillo fuera derrocado. Ese fue el motivo por el cual planearon la traición contra su jefe, amigo y mentor. Utilizaron a algunos ingenuos para la consumación material del hecho (sólo algunos eran ingenuos), pero el plan maestro de su muerte fue concebido por gente de confianza del Jefe.
Tenemos entre nosotros una gran cantidad de funcionarios gubernamentales, y otros que se refugian en la inmunidad parlamentaria, que se mueren de miedo de ser condenados por sus acciones de los últimos siete años. Están dispuestos a cualquier cosa ante la inminente caída del imitador de Trujillo. Hace 50 años el caudillo fue asesinado por sus propios amigos. Hoy quieren incitar al imitador a incurrir en cualquier tipo de trampa que los libere de la cárcel. Nada es nuevo, es sólo la repetición de nuestra historia. Los cómplices modernos olvidaron la muy famosa frase que dice "todo lo que sube tiene que bajar." Y ahora tiemblan de miedo. Si el imitador fuera inteligente, como aseguran sus seguidores, sabría que de los primeros que tiene que cuidarse es de esos que le rinden tributos y alabanzas, porque esos mismos son los que lo llevarán a la hoguera con tal de salvar sus pellejos.
Sí, la historia se repite, con todos sus puntos, comas y signos de interrogación. ¡Nada ess nuevo debajo del sol!
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